sábado, 2 de junio de 2007

En tercera persona

¿Cómo comenzar? Estableciendo primeramente un "ella", un ella que busca medianamente un caracter de impersonalidad y medianamente una defensa.
Ella es extraña, poco enmarcable, difícil de definir, de límites poco establecidos, de ambigüedades que se rigidizan.
De pequeña, ella le temía al mundo, le temía a las personas. Era silenciosa, de ojos grandes y de autopercepción difusa. Era extremadamente tímida y jugaba a la invisibilidad. Ese rasgo, probablemente, se ha mantenido hasta el día de hoy, ocultándose bajo las más variadas formas.
Ella era niña, muy niña, extremadamente niña hasta bien entrada en edad. Y, sin embargo, solía no pensar como niña. Le angustiaba la vida, le sobresaltaba la naturaleza de su cuerpo y de la existencia. Reflexionaba constantemente sobre lo que era, sobre quienes eran sus padres, sobre qué era la vida y sobre porqué estaba posicionada en tal lugar. Eso, teniendo tan sólo 6 años. Divagaba de tal modo y jugaba con muñecas. Una extraña ambigüedad que, desde chica, la ha delimitado.
Le gustaban los dinosaurios, sabía mucho de ellos. En vez de querer ser astronauta, quería ser "arqueóloga" (no conocía la palabra "paleontóloga"). Ese deseo reapareció años más tarde, bajo la real concepción de la disciplina. Del mismo modo, quiso ser astrónoma. Finalmente terminó estudiando algo muy diferente.
Ella creció sin entender a sus pares, sintiendo que vivía de forma paralela. Era una niña poco usual, un tanto sola, bastante sola por lo demás.
Le costó entender lo que significaba la palabra "amor", sentía que el real significado de esa palabra no estaba en el entorno del sexto básico, de sus compañeras que escribían "cartas" a los niños que les gustaban. No entendía esa dinámica y, sin embargo, algo de esa palabra de cuatro letras llamaba su atención. Intentaba no tomar en cuenta aquello, así como no tomaba en cuenta la música ni nada que era de interés colectivo. Era extraña.
Pasados los años, siendo ya bastante adolescente, retomó la idea del "amor" y de pronto, vivió una explosión de sentimientos, de extrañas sensaciones sin dueño ni destino. Porque así se consideraba ella, como una "enamorada del amor", se sentía constantemente enamorada de alguien en una nebulosa al que sentía conocer sin conocer. Tal era el "amante sin rostro", protagonista de muchos escritos púberes y unas lágrimas sin sentido. Fue un cambio radical hacia un romanticismo sin destinatario y sin presunta explicación.
No ha pololeado, paradójicamente. Pero ha amado, efectivamente, ha amado. Sin embargo, a ella no la han amado. Es quizás el dolor más grande de una persona que percibe que tiene tanto amor por dentro sin poder canalizar. Y a partir de eso ha surgido un fuerte miedo en ella: el que todo lo que tiene dentro de sí termine pudriéndose y, de paso, acabando con ella.
Ella ha besado, a dos personas en toda su vida. Es extraña. Pero, la verdad, es que ella concibe que sólo ha besado a una persona en su vida, porque para ella un beso no es intrascendente. Sí, es severa, muy severa. Pero es parte de las pocas idealizaciones que ella ha logrado mantener.
Porque, claro, ella era soñadora, vivía en las nubes. Pero los años se han encargado de opacar ciertas cosas, eso es algo inevitable.
Pero ella es media niña, media mujer y media ambigüedad. De repente cree que ha estado siempre dormida. Pero hay días en que los días la maravillan, la naturaleza le maravilla.

Pero es ambigüa, sigue sin saber lo que es. Pero trata de no pensar en ello.
Ahora ella sonríe, intenta conocerse.

Pero es extraña.

Pero trata, nuevamente, de no pensar en ello