martes, 10 de junio de 2008

Viejito canturrón

Llevo alrededor de tres semanas en Toma de Facultad. Tanto así que el Pai también está "en toma".

Volví a la modalidad de peatona, esa que toma dos micros para llegar a su Facultad, esa que tiene que cargar la Bip! y que se va mirando a la gente durante el camino. No me molesta ser peatona, al contrario, lo disfruto...Si bien es más cómodo ir en al auto, en él me pierdo de las historias que, justamente, son las que le dan vida a mi día. En la micro conozco gente, comparto sonrisas, veo cómo a veces el chofer insulta y cómo la gente cambia su actitud al entrar a la Micro.

Y así fue, como peatona, que conocí a este Viejito. Iba ensimismada en la 104, última micro que me deja en la entrada de "Las Palmeras", cuando comencé a escuchar una voz que entonaba a Leo Dan. Era una voz añosa, afinada, con un toque de nostalgia y locura. Mi atención se centró en la canción y me dediqué a buscar de dónde provenía. El dueño de esa voz era un viejito canoso y delgado, quien se subió a la micro cargando una mochila amarilla. Tenía el pelo largo, usaba una boina de polar, unos jeans, una polera y una chaqueta a cuadros. En sus manos llevaba un diminuto canastillo de mimbre con un par de monedas de cien pesos. No pedía plata, la idea estaba implícita. El caballero sólo cantaba y se paseaba por el pasillo de la micro. La gente ponía monedas en su canastillo y el viejo pausaba su canción unos segundos, para decir humildemente "Gracias". Entonó a Feliciano, a Emanuel, a Sandro y a Leo Dan. ENtre canciones, hablaba para sí: "Le toca al Feliciano".

En su voz había un dejo de pena, de abandono, de años pasados, de vivencias enmarañadas y de noches en la calle. Pero tenía una sonrisa amplia y unos ojos brillantes. Cuando lo ví, sentí ganas de llorar, mas no de pena, sino que una mezcla de emociones. Sentí que de sus canciones, emergía yo, emergíamos todos. Nuestros olvidos, nuestros años, nuestra vida.

Pero el viejito canturrón sólo cantaba, daba las gracias para luego contar cuántas monedas pudo conseguir gracias a sus cánticos.

Al caballero lo he visto dos veces, repite el mismo ritual, la gente siempre lo mira con compasión. Nos fundimos todos en un ritual de lástima, nostalgia y recuerdos. Pero, ¿Qué va a saber el viejito de todas estas cosas? El caballero sólo canta, canta, cuenta sus monedas y se baja, feliz. Se baja con sus años, sus nostalgias y su pasado incógnito.