miércoles, 7 de enero de 2009

Crónicas del no-baño

¿Se han percatado que, cuando uno necesita con vital urgencia un baño, estos desaparecen?

El asunto es el siguiente. Después de compartir unas cuantas cervezas en algún local de alguna parte de alguna ciudad, es la hora de partir. No porque la conversación no estuviera lo suficientemente amena ni porque la compañía no haya sido grata. Era hora de partir antes de quedar varada en el sitio. Y, contemplando las calles de manera confusa, sintiendo que los pies flotaban ante cada paso, se caminó presurosamente en busca de esa estación que encamina al "hogar". En esa ciudad las luces bailaban, un par de punkies estaban en franco filitreo y algunos buses de distinta numeración daba cuenta que la estación era, en ese momento, la única opción válida.

Se llega al metro, se sube al carro y, de pronto, ¡Mierda, estoy que me hago! Tamaño descubrimiento digno de cualquier científico había sido tarde: se estaba sobre el carro, puertas cerradas y faltaban unas cuantas estaciones para dar recién con la combinación. Jodida combinación que iba a llevar hacia un paradero donde recién se tomaría la micro para llegar a la casa. Y, así como toda la gente, comienzo a odiar a Zamorano: ¿Acaso a él no le darán ganas de mear en pleno metro? Pobre Zamorano, el cristiano no tiene nada que ver con lo intrincado del transporte público, pero aún así la gente lo ha odiado por ser el futbolista que le ha hecho propaganda al sistemita este. Bueno, pero el asunto es que la vejiga estaba que reventaba y estaba en al menos 8 estaciones para lograr dar con un baño. ¿Por qué no hay baño en el metro? ¿Habrán pensado poner baños alguna vez? ¿Nos considerarán a los usuarios, acaso, seres humanos que, de vez en cuando, se nos llena la vejiga y tenemos que evacuar? Pero bueno, el metro no tiene la culpa que mi "serendípite" haya sido en él, el asuntito puede considerarse como una sorpresa desagradable más.

Pasaban las estaciones y me daba cuenta que las ganas aumentaban: ¿Siempre se demora tanto el metro? ¿O la percepción de dicho tiempo estaba siendo distorcionada por la necesidad? Luego de 8 estaciones, llego a la combinación, ¡Mierda, me toca caminar! Se respira hondo y se camina por los largos pasillos de la estación subterránea a pasitos cortos, buscando al mejor manera de retener esa fuga de líquido que ya se hacía inminente. Se llega al andén, se ve que hay un carro, no se mueve, no viene, ¿Por qué cresta no viene? De pronto, prende las luces y comienza a hacerse visible en el andén. La alegría duró solo unos instantes, ya que luego el letrero electrónico "Fuera de servicio" destruyó toda ilusión que llegaría prontamente a un baño. ¡Fuera de servicio! ¡¿Por qué los carros se echan a perder justo cuando uno necesita un baño?! Se respiró profundo, se comenzó a menear suavecito el cuerpo, buscando alguna manera de distraer la mente centrada en que ya no se podía aguantar más. El segundo carro tardó en demorarse, siendo cada minuto más crítico. Y aquí es donde uno comienza a crear en ese huevón de "Murphy". Nunca antes un carro se había demorado tanto en partir de la estación.

Dos estaciones, sólo dos estaciones. Concluidas estas, escaleras y escaleras, donde cada movimiento se tornaba riesgoso. Una vez en la superficie, se tuvo la imagen que, en ese momento, era la más maravillosa en años: una estación de servicio. Y, como bólido, me dirijo a ella, abro la puerta, no miro a nadie, subo al segundo piso, detecto que una familia se dio vuelta a mirarme, no vacilé y ahi estaba, ese hermoso letrero que dice "Baño de clientes". Yo no era cliente de la estación de servicio, pero sí era cliente del baño, lo cual claramente me daba pleno derecho a entrar a él.

Lo que sucedió después fueron los minutos más placenteros: ni un festín ni una "buena cacha" podían compararse con el placer de haber encontrado, por fin, un baño. De lo que sucedió después da igual, me subí a la micro con una sonrisa en la cara, jurándome que para la próxima vez me daría cuenta antes que el cuerpo pedía baño.

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